domingo, 11 de agosto de 2019

Una historia de vida




El reciente caso del Instituto Escuela en Caracas en la que una niña fue expulsada de su colegio por haberse dado un beso con otra chica, me hizo recordar cosas que me tocó vivir en mis años escolares. Les voy a contar lo que viví siendo apenas una niña, luego adolescente e inclusive siendo adulta y no sabía pero padecía,  que hoy en día entiendo y se explicar gracias a la experiencia y conocimientos adquiridos.

Infancia
A los nueve años de edad conocí lo que es la discriminación debido a mi orientación sexual, había una niña con quien compartía mucho de mi tiempo en la escuela. Era la niña más inteligente y hermosa del salón, era blanca como la leche, de cabello largo y negro azabache, sin duda era hermosa. Su madre le colocaba un gorro tejido de color azul para protegerla de los piojos, esos animalitos indeseables pero tan común entre escolares. En mi inocencia de niña me gustaba estar con ella, jugar, conversar, hacerle cariños, sabía que sentía algo especial que obviamente no sabía cómo llamarlo. Hoy en día puedo decir que era atracción. Por algún comportamiento de mi parte, su mama le prohibió juntarse conmigo porque yo era una niña rara. Hoy en día puedo asegurar que fue la primera vez que me rompieron el corazón. Ella dejo de hablarme, de estar cerca de mí hasta que finalmente, no nos vimos nunca más. Estudiamos en la misma escuela desde 1er grado hasta el tercer año de bachillerato, excepto durante un año en el que me retiraron y me enviaron a otra escuela. Se imaginaran el tormento que eso significo para mí. La historia que viví con ella se repetiría una y otra vez durante toda mi vida escolar con diferentes protagonistas.

Estando en cuarto grado, con nueve o diez años llamaron a mi mama, me mandaron al orientador del colegio y con el psicólogo. Le dijeron que yo era rara, marimacho, pues y que tenía que hacer algo conmigo. Me pelee varias veces a golpes con otras niñas que se metían conmigo, que me llamaban marimacho y se burlaban de mí por otras razones, por tener el pelo malo y, además, por ser pobre en un colegio de gente rica. 

Mi mecanismo de defensa fue convertirme en la payasa del salón, la alumna fastidiosa, preguntona, dicharachera, jocosa.  No guardo muy buenos recuerdos de esos años, tampoco conservo amigos de esos años. Ex compañeros, conocidos, pero no amigos. Algunos de ellos están entre una larga lista de personas en Facebook. Y ya sabemos cómo son esas relaciones en esa red social.  

Fuera de la escuela la vida tampoco era color de rosa, una vez en un parque de diversiones con apenas 11 anos no me dejaban montarme en algunos aparatos por ser mas grande en comparación con otras ninas de mi edad. Es que para ser discriminado solo es necesario estar vivo. 

Bachillerato, los últimos dos años.

En cuarto y quinto ano de bachillerato me cambie a otro liceo y no fue muy diferente. En este nuevo instituto el uniforme para las niñas era falda y blusa. Eso para mí fue un infierno.  La historia de las compañeras de clase que dejaban de hablarme y ser mis amigas por orden de sus padres se repitió. De esta etapa de mi vida, no conservo a nadie, ni siquiera como conocidos. Solo gente que fue muy cruel conmigo y que afortunadamente no está en mi vida.

Como estudiante en la Universidad del Zulia

En el segundo año, el primero de la carrera, conocí a quienes serían parte de mi primer grupo de amigos, gente muy bonita que me quiso mucho, de quienes aprendí un montón y que aún conservo como amigas aunque sea en la distancia. Solo uno de los chicos en ese grupo, en algún momento me vio como una amenaza, debido a una de mis amigas en el grupo que a él le atraía.  

En circunstancias que ya no recuerdo a este chico no se le ocurrió otra manera de insultarme o pretender insultarme que llamarme negra esclava. Les juro, era la primera vez en mi vida que alguien usaba mi color de piel para insultarme. Nunca antes en mi vida nadie había resaltado el color de mi piel como una característica negativa. Me sorprendió, pero sentí mucha lastima por ese chico, más que por mí.

Mi primera profesora de inglés en la Universidad era todo un personaje. Una mujer que bien podía ser mi madre, pero su inteligencia y dulzura me hicieron verla como una mujer muy atractiva. En algún momento de la carrera, alguien, una profesora, se dio cuenta de este detalle, se molestó e intento sin éxito expulsarme de la Universidad. No lo logro por dos razones, porque yo era una de las mejores estudiantes, con excelentes calificaciones y porque además no había una razón ni basamento legal para hacerlo. Pero vaya que lo intento.

Como profesora en el Centro Venezolano Americano del Estado Zulia

Creo que este es el único lugar del que guardo mis mejores recuerdos y conservo gente muy querida en mi corazón. Me atrevo a asegurar que fue el único lugar donde llegue a sentirme parte de un grupo, quizás haya tenido que ver con la diversidad de personas con las que compartía, personas de diferentes partes del mundo. A pesar de que mi estado natural era de mucha amargura debido al calor en Maracaibo, llegar al CEVAZ era llegar a otro mundo, uno en el que me sentía bien. Hoy en día reconozco que pude haber sido muy dura como docente por ser tan estricta, pero así había aprendido y para entonces pensaba que así debían ser las cosas. Acá la discriminación la recibí de mis estudiantes, si, aunque sea difícil de creer. Aunque no fue de manera directa, en el cafetin, en los pasillos escuche lo que decían de mi apariencia poco femenina, como marimacho, resurgía la palabra de mis años de primaria. 

El calor, la ciudad, o el pueblo grande como lo llamaba me hicieron huir de allá. Deje el CEVAZ con mucho dolor, pero con la ilusión de hacer realidad mi sueño de vivir en la capital.

Como profesora en la Universidad Simón Bolívar

En 1999, me mude a Caracas, mi sueño de vivir en la capital del país se hacía realidad. Había logrado conseguir un trabajo en la Universidad Simón Bolívar en Sartenejas e ingresar a un posgrado en la Universidad Central de Venezuela.

En 2013, mi activismo por las personas LGBTI molesto a quien estaba al frente de la jefatura de mi departamento. En un tercer intento de lograr una mejor posición laboral, me di cuenta que estaba siendo objeto de discriminación laboral debido a mi orientación sexual.  Tuve que esperar dos años para poder demostrar la discriminación de la que fui objeto. Gracias a muchas personas que me ayudaron en el proceso. A pesar de esta terrible realidad, luego de 19 anos de trabajo en la USB, renuncie pero conservo muy bonitos recuerdos y relaciones entrañables con varias personas que allí conocí. 

Defensora de derechos humanos

Las personas homosexuales pasamos toda una vida, tratando de vivir dignamente, pese a los prejuicios y discriminaciones por parte de la mayoría de las personas que nos rodean. No es fácil, pero una aprende a ser fuerte.

En todos estos años he aprendido a quererme, a respetarme y a no darle la fuerza a nadie para que me humille por ninguna razón. Una aprende a ser un mejor ser humano. 

Hoy en día, me veo y reconozco como una defensora de derechos humanos. Trato de que otras personas no vivan lo que yo viví, aunque sé que es difícil. Se hace lo que se puede. Y seguimos, porque por más que quieran, no es posible para nosotros dejar de ser homosexuales. Son los demás quienes deben cambiar, no nosotros.

Tampoco es fácil, no se crean, hay homofobia y discriminación por estos lados de derechos humanos, pero es manejable.

Las relaciones entre personas del mismo sexo 

La mayoría de las personas homosexuales no tenemos un primer amor en la adolescencia como lo tienen los heterosexuales, de tenerlo, es en secreto, en medio del temor al rechazo.  Tampoco contamos con el apoyo de nuestros padres, ni el consuelo de un hermano o un amigo. Mayoritariamente recibimos rechazo. 

Tener una relación de pareja con alguien del mismo sexo es un reto. Porque carecemos de las herramientas necesarias para lidiar con el amor de novias o parejas que nunca hemos tenido en la adolescencia. O en caso de tenerlas, eran parte de la obligación social, la experimentación, Creo que esto quizás también ayude a entender las dinámicas de relación sexual entre personas del mismo sexo, que tampoco podemos generalizar. 

Con este relato no busco ningún tipo de condescendencia hacia mi o alguna otra persona como yo, es decir, una mujer lesbiana. Persigo hacerles ver lo dura y cruel que puede llegar a ser nuestra vida no porque sea algo inherente a ser homosexual, sino debido al trato que recibimos de algunos de ustedes motivado por nuestra orientación sexual.  

No le arruinen a las y los adolescentes gays la oportunidad de vivir ese primer beso, el primer amor, el primer noviazgo.  

Ustedes, papa, mama, amen a sus hijos, heterosexuales, homosexuales o bisexuales, seguirán siendo sus hijas e hijos, ser homosexuales no les convierte en monstruos, ni les cambia la sangre en las venas.  Si como padre o madre decides rechazar a tu hija o hijo, le estas condenando a crecer sin el amor de su familia, la que se supone debe amarle y protegerle.

Sin duda alguna, hay danos emocionales. Nuestro sistema de confianza se resiente. ¿Cómo no estar a la defensiva? esperando o pensando que todos nos desprecian. Que aunque no lo digan, lo oculten o lo disimulen muy bien, alguien podría estar secretamente actuando contra nosotros porque no acepta nuestra orientación sexual. Tampoco es que vemos potenciales odiadores por todos lados, no. 

Yo soy ejemplo de que todo mejora, con ayuda de mucha gente lo he logrado. Con muchas cosas aun por mejorar. Pese a toda una vida de discriminaciones, aquí estoy fuerte y trabajando por los derechos humanos de todas las personas homosexuales, bisexuales y trans. Trato de cambiar lo que no me gusta y lo que en el camino vi que está mal.