Recuerdo que era un día domingo, quizás cerca de las 4 o 5 de la tarde. Yo venía
en metro, me había embarcado en Plaza Venezuela con sentido Agua Salud, luego
de haber hecho la transferencia desde la línea 2. Había acompañado a una amiga
al terminal de la Bandera. Con algo de suerte, logré sentarme. En el asiento de
enfrente iban sentados dos jóvenes homosexuales. Era muy evidente su
homosexualidad dados sus gestos y maneras, su alegría al hablar y la
conversación sobre un chico que habían conocido. En el asiento contiguo al mío,
se sentó una señora con un niño de aproximadamente nueve o diez años.
Luego de sentarse, agarrar bruscamente al niño y sentarlo en sus piernas, la
señora, miró a los jóvenes con un desprecio que no se preocupó en esconder ni disimular
y le dijo a su niño con un tono de voz que cualquiera podía escuchar: “ven acá
mijo, no miré hacia allá, no quiero que este viendo esas cosas tan horribles,
que además de ser negros, son feos y maricos”.
En tan solo unos segundos esa señora le lleno la cabeza a su hijo de una
carga de odio tan profunda, que muy seguramente surtirá algún efecto en su vida.
Una oración que contenía tres tipos de discriminación: por raza o color de
piel, por apariencia física y por orientación sexual.
Hoy en día cuando quienes se oponen a la adopción de niños por parte de las
parejas del mismo sexo argumentando un posible daño psicológico, yo me
pregunto: ¿Quién protege a los niños hijos de personas homofóbicas? ¿Quién protege
a este niño de su madre? Una madre que le está transmitiendo a ese niño una
carga discriminatoria y llena de odio contra otro ser humano. Ni la
heterosexualidad ni la homosexualidad son garantía de una buena educación. No
es la orientación sexual lo que determina que serás una buena persona, un buen
ciudadano, una buena madre, un buen padre.
No es difícil pensar que esta mala enseñanza, este mal ejemplo transmitido
a ese niño por su madre es la primera
lección para formar a un acosador escolar. Seguramente, hay otros malos ejemplos,
solo basta, por ejemplo, con encender el televisor y sintonizar cualquiera de
los programas matutinos de canales como Televen y Venevisión para ver cómo se
expresan los presentadores de sobre las mujeres, los homosexuales y cualquier
otra persona que les resulte una fuente de broma y burla que los ayude a
conseguir la audiencia que necesitan. Sin
duda alguna, la educación comienza en casa. Las primeras enseñanzas las
recibimos de nuestros padres o de las personas con quien convivimos a diario.
Probablemente, esa señora expresa su odio a los homosexuales porque prefiere
verlos e imaginárselos en la cama. En vez de verlos como personas comunes y
corrientes que estudian y trabajan. Personas con familia, personas que son
hijos, hermanos, padres, vecinos; personas que probablemente contribuyen en su
comunidad, quizás son miembros de alguna asociación que hace obras benéficas; quizás
son personas que ayudan a algún anciano en la calle; quizás rescatan a algún animal sin hogar. Es más fácil discriminar a aquel no aceptamos porque no se ciñe a
nuestras normas o no encaja en nuestro mundo ideal y preferimos juzgarlos.
La próxima vez que veas a un homosexual (hombre o mujer), no te lo imagines
en su rol sexual, imagínatelo como parte de la sociedad. Imagínatelo como
alguien que puede tenderte una mano si la necesitas, como alguien que puede
enseñarte a superar una dificultad. La próxima vez que veas a un homosexual, no
te cierres a la posibilidad de conocer un nuevo ser humano. Pero sobre todo, no
le enseñes a tus hijos a odiar y a discriminar por ninguna razón.