jueves, 27 de diciembre de 2012

Mis derechos, tus derechos, nuestros derechos

La línea que divide mis derechos individuales de los tuyos es tan delgada que en ocasiones preferimos ignorarla y a veces pisotearla. La descomposición social y la enfermedad que sufrimos hoy día en Venezuela, no es nueva, no nos caigamos a cuentos, ya venía desde antes, lo que si sucedió en estos últimos 14 años es que se agravó y ya los síntomas no los ocultamos sino que por el contrario los mostramos con el mayor descaro posible. Quienes en algún momento nos consideramos personas sensatas, pacientes, tolerantes y respetuosas hemos sucumbido ante la ola de violencia reinante en el país y en el peor de los casos la vemos y no hacemos nada por miedo y pánico a ser víctimas de esa violencia. Peor aún, estamos en total desamparo, no tenemos a dónde acudir en busca de protección, de algún tipo de castigo al ofensor, al agresor que actúa amparado en esa misma impunidad. Y no me refiero únicamente a los casos más graves como los asesinatos. Me refiero a situaciones diarias que vivimos y sufrimos en silencio en total indefensión.

Tomemos, por ejemplo, el ruido. yo he llegado a la conclusión de que estamos y sufrimos en una sociedad ruidoso, estruendosa, abusivamente escandalosa. El ruido lo generan los humanos o en caso indirecto los aparatos creados y mal utilizados por los humanos. La música, así como puede ser algo para el disfrute también en manos de abusadores puede convertirse en la peor de la torturas. Es común ver como los jóvenes y los no tan jóvenes instalan en sus automóviles cornetas de gran tamaño y potencia de sonido. De manera similar en las casas las personas se dan a la tarea de instalar aparatos de sonido super potente, “surround sound” con equis número de vatios de potencia. Similarmente, en las fiestas que se dan en los salones de fiestas de los edificios pero también en el cerro, en el barrio, en las urbanizaciones. Pero cuando lo que para ti es un disfrute,  es decir, escuchar música perturba mi tranquilidad, estas pisoteando mi derecho a disfrutar en la tranquilidad de mi casa. 
Cuando tú paras tu carro frente a la licorería y abres la maleta para que el sonido de tu aparato suene a su máxima potencia, ya deja de ser tu disfrute para convertirse en mi martirio y el de todos los vecinos. Porque si no lo has reflexionado, la música es para el disfrute personal o colectivo, pero eso sí, voluntario. Es decir, aquellas personas que están contigo, a quienes invitaste a tu casa o a la playa, etc. Pero el resto de tus vecinos no están obligados a escuchar tu música. Porque además, tú no sabes cuales son mis condiciones personales. Quizás en mi casa tengo una persona enferma que necesita tranquilidad. Aun cuando sea fin de semana algunos trabajamos, estudiamos y necesitamos de la paz y tranquilidad a la que tenemos derecho. Y tu derecho a disfrutar de la música no puede perturbar mi derecho a la paz. 

Esta situación la podemos extender al Metro, a pesar de que se escucha por los altavoces del sistema metro que se debe utilizar audífonos con los dispositivos portátiles de sonido para no perturbar a los usuarios y permitir se escuchen los mensajes, la gente, en ejercicio descarado de irrespeto a las normas insiste en mantener su música a volumen sumamente alto. Tú no sabes qué persona va en el metro, enfermo, con malestar, dolor de cabeza, con alguna enfermedad o simplemente cansada y, lamentablemente, no puede utilizar un taxi, como muchos le responden a quien se atreve a reclamar su derecho. Entonces, nos cohibimos de reclamar porque no sabemos en qué momento nos van a sacar un arma y terminar con nuestra vida.  

Mi vecino del piso 3, tiene un negocio de alquiler de minitecas para fiestas, además hasta donde sé es profesor aunque ignoro qué cosa enseña, pero también mata tigres instalando aparatos de música y cornetas en automóviles, a pesar de que la dueña del edificio ya le ha hecho la observación de que su música perturba, él ha optado por ignorar las normas de convivencia y mata sus tigres justo frente a mi casa, frente a mi ventana que da directamente a la calle. Él es otro ejemplo de abuso, de irrespeto, de violación de las normas; no solo de convivencia ciudadana, sino que incurre en el uso de espacios públicos para instalar un negocio personal. Es lo mismo que hacen los buhoneros, entorpecen el libre tránsito en las aceras y perturban a la personas.  Su argumento de defensa ante mi petición de bajar el volumen de su música no es otra que decir que él está disfrutando con sus amigos. Pero, bueno, no se puede esperar mucho de una persona con problemas de indigencia mental. 
El día 12 de octubre del presente año 2012, mientras regresaba del paseo con mis perros lo sorprendí orinando en frente del edificio, semi escondido entre la puerta de su carro. Quizás pensó que como iba a lavar su carro ahí mismo en frente pues bueno el limpiaría su cochinada. Pues bien, sí, en tan solo un momento, una persona está en violación de varias ordenanzas municipales (hacer necesidades fisiológicas en espacios público, desperdiciar el agua y realizar actividades de limpieza en la vía pública), y no sucede nada. 

Desde ese día para mi vecino soy su enemiga por haberle informado a su esposa de lo que él había hecho, en el mismo instante en que lo vi. Su reacción y acción en consecuencia ha sido incrementar la frecuencia con la que escucha música en frente del edificio. Una actitud digna de quien es incapaz de reconocer sus errores y opta por atacar a quien considera lo ha desenmascarado y avergonzado. Obviamente, él ha optado por pisotear mis derechos, ignorar la línea delgada entre mis derechos y los suyos. Ejemplo de la descomposición social en la que estamos sumergidos sin poder salir o quizás sin querer salir.  

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