lunes, 25 de marzo de 2013

¿Niños criados por homosexuales? No.



Recuerdo que era un día domingo, quizás cerca de las 4 o 5 de la tarde. Yo venía en metro, me había embarcado en Plaza Venezuela con sentido Agua Salud, luego de haber hecho la transferencia desde la línea 2. Había acompañado a una amiga al terminal de la Bandera. Con algo de suerte, logré sentarme. En el asiento de enfrente iban sentados dos jóvenes homosexuales. Era muy evidente su homosexualidad dados sus gestos y maneras, su alegría al hablar y la conversación sobre un chico que habían conocido. En el asiento contiguo al mío, se sentó una señora con un niño de aproximadamente nueve o diez años.   
Luego de sentarse, agarrar bruscamente al niño y sentarlo en sus piernas, la señora, miró a los jóvenes con un desprecio que no se preocupó en esconder ni disimular y le dijo a su niño con un tono de voz que cualquiera podía escuchar: “ven acá mijo, no miré hacia allá, no quiero que este viendo esas cosas tan horribles, que además de ser negros, son feos y maricos”.
En tan solo unos segundos esa señora le lleno la cabeza a su hijo de una carga de odio tan profunda, que muy seguramente surtirá algún efecto en su vida. Una oración que contenía tres tipos de discriminación: por raza o color de piel, por apariencia física y por orientación sexual.
Hoy en día cuando quienes se oponen a la adopción de niños por parte de las parejas del mismo sexo argumentando un posible daño psicológico, yo me pregunto: ¿Quién protege a los niños hijos de personas homofóbicas? ¿Quién protege a este niño de su madre? Una madre que le está transmitiendo a ese niño una carga discriminatoria y llena de odio contra otro ser humano. Ni la heterosexualidad ni la homosexualidad son garantía de una buena educación. No es la orientación sexual lo que determina que serás una buena persona, un buen ciudadano, una buena madre, un buen padre.  
No es difícil pensar que esta mala enseñanza, este mal ejemplo transmitido a ese niño por su madre  es la primera lección para formar a un acosador escolar. Seguramente, hay otros malos ejemplos, solo basta, por ejemplo, con encender el televisor y sintonizar cualquiera de los programas matutinos de canales como Televen y Venevisión para ver cómo se expresan los presentadores de sobre las mujeres, los homosexuales y cualquier otra persona que les resulte una fuente de broma y burla que los ayude a conseguir la audiencia que necesitan.  Sin duda alguna, la educación comienza en casa. Las primeras enseñanzas las recibimos de nuestros padres o de las personas con quien convivimos a diario.
Probablemente, esa señora expresa su odio a los homosexuales porque prefiere verlos e imaginárselos en la cama. En vez de verlos como personas comunes y corrientes que estudian y trabajan. Personas con familia, personas que son hijos, hermanos, padres, vecinos; personas que probablemente contribuyen en su comunidad, quizás son miembros de alguna asociación que hace obras benéficas; quizás son personas que ayudan a algún anciano en la calle; quizás rescatan a algún animal sin hogar. Es más fácil discriminar a aquel no aceptamos porque no se ciñe a nuestras normas o no encaja en nuestro mundo ideal y preferimos juzgarlos.   
La próxima vez que veas a un homosexual (hombre o mujer), no te lo imagines en su rol sexual, imagínatelo como parte de la sociedad. Imagínatelo como alguien que puede tenderte una mano si la necesitas, como alguien que puede enseñarte a superar una dificultad. La próxima vez que veas a un homosexual, no te cierres a la posibilidad de conocer un nuevo ser humano. Pero sobre todo, no le enseñes a tus hijos a odiar y a discriminar por ninguna razón. 

1 comentario:

  1. Nada más cierto. Como dijiste, sólo tres palabras fueron (potencialmente) capaces de envenenar la mente de un niño. Lo curioso es que al crecer, de llegar a expresar cualquier forma de actitud discriminatoria (sexista, homofóbica o racial) será muchísimo menos repudiado por su entorno social que de ser homosexual y/o amanerado.

    Y es que hasta el habla cotidiana está llena de discriminación. Expresiones como "qué marico eres" o "pareces la propia jeva" son una minúscula muestra de ello.

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